El
siglo XXI es una etapa tecnológica, con gran abundancia de medios técnicos y
una cierta disgregación de lo humano hacia lo sociotécnico. Las
patologías psicosociales derivan en parte de la tendencia social a deslocalizar
las relaciones hacia una nube, permitiendo el afloramiento de reacciones
derivadas de la hiperproducción, pues la conexión es 24/7.
En
ese contexto el individuo, desconectado en parte de las relaciones más
directas, puede ver difuminados los límites del rendimiento saludable y entrar
en dinámicas de autoexigencia que le pueden llevar a la autoexplotación. Esto
es un problema grave en la esfera social, y es un problema de índole
identitaria, ya que el individuo requiere de lo social para la construcción de
su identidad y para dotar de sentido a su mundo.
Conectarse
a la nube es integrarse en un global despersonalizado que altera las relaciones
de identidad con los demás y con los propios actos. En ese contexto es el acto
de trabajar lo que ayuda a definir los criterios identitarios y, por ello, es
la pieza que puede suponer inicio del trastorno de hiperproducción cuando los
límites entre el propio individuo y su contexto se ven reducidos a una mera
frontera subjetiva, que además va expandiendo sus límites.
Es
un serio problema porque, en la medida que esa identidad se refuerza a través
de la actividad productiva, la persona verá invadida de forma casi tan
imperceptible como progresiva sus otras áreas de identidad. Y será al
resentirse el individuo como globalidad cuando debuten los primeros elementos
del síndrome de autoexplotación. Pero, paradójicamente, este debut de la
patología no será considerado un problema a nivel del contexto social, sino a
nivel del individuo que, incapaz de producir o adaptarse, debe ser retirado del
sistema productivo hasta en tanto en cuanto no esté en condiciones de retomar su
capacidad de trabajo.
Se
ha producido un fallo en los mecanismos de resiliencia, ya que se acepta sin
apenas resistencia o crítica el exceso de actividad, que se ha mimetizado bajo
la forma de “más y mejor” identidad, obviando así de manera flagrante el fallo
ocasionado en los mecanismos psicológicos de resistencia que, a modo de sistema
inmunitario mental, deberían haber actuado antes para repeler la
negatividad de lo extraño y excesivo (Byung-Chul Han, 2012)
Se
ha perdido la perspectiva de la reacción ante lo negativo, apareciendo incluso
un síndrome de hiperpositividad, en el que todo se acepta y se integra en el
yo. Este problema galopa a paso rápido hacia un colapso importante, pues el
exceso de positividad agota rápidamente al individuo que, además, valora la
situación como un reflejo de su propia incapacidad y no tanto como un problema
global del que sólo es una manifestación. Se confunde así el síntoma con el
agente patógeno y, como consecuencia de la índole positiva de la que deriva, no
se produce una oposición ni una reacción defensiva. Tal es su insidiosidad a la
hora de afectar al individuo.
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Dibujo sobre escaparate en Madrid, del artista Gonzalo Borondo (https://gonzaloborondo.com/) |
Como
propone Byung-Chul Han (2012), en esta nueva perspectiva social no se aplican
grandes maniobras de disciplina o reproche a nivel global. Por mucho que se
quiera hacer creer que la sociedad actual es más autoritaria que anteriores
épocas, lo cierto es que la libertad de la que gozan los ciudadanos, al menos
en contextos de países desarrollados, es la más amplia de la que podría
observarse en toda la historia de la especie humana. Y es precisamente en esa
libertad donde aparecen las cuestiones patológicas cuando, por ese mecanismo
ya explicado, son los propios individuos los que se autoexplotan al convertirse
en sujetos de rendimiento.
La
negatividad represiva de las sociedades disciplinarias pasadas generaba locos,
criminales y disidentes. La actual sociedad de rendimiento, en su constante
pugna por el consumo, la producción, la sobreinformación, el constante refuerzo
de la identidad a través de la producción y el continuo escrutinio de las redes
sociales llega a generar un agotamiento en el sujeto que, si no encuentra vía
de canalizarlo, acabará creando una situación que conllevará la aparición de un
depresivo y/o un fracasado. Y esto deviene de un proceso en el que la persona
va siendo progresivamente incapaz de cumplir las cada vez mayores exigencias y
complejidades de la producción, hasta el punto de que el normal cansancio no va
aparejado a la necesaria pausa para recobrar fuerzas, sino que se ve seguida de
mayor esfuerzo y afán, al estar marcado negativamente el descanso como abandono o renuncia. Tal es el grado de patologización de lo natural.
Este esfuerzo adicional se puede mantener durante un
tiempo determinado, pero no de forma permanente, por lo que la persona acabará
agotándose y confirmando su incapacidad de cumplir con los objetivos y
expectativas que, analizados psicológicamente, son objetivos y expectativas que
la propia persona ha tomado como referencia. Es por ello que el sistema queda a
salvo de la crítica y la necesaria revisión con intención de modificación. El
sistema queda indemne y sale reforzado, pues rápidamente se encuentra en el
mercado a otro productor dispuesto a sacrificarse por el rendimiento.
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"El beso de la muerte", cementerio de Poblenou, Barcelona (Tomada de: https://barcelonasecreta.com/el-beso-de-la-muerte/) |
El
problema es grave. Y sólo con un abordaje profundo y que vaya al núcleo radical
del mismo podrá reconducirse la situación antes de que arrastre a un número tal
de individuos que pueda colapsar el sistema asistencial.
La
pauta es trabajar, valga la redundancia porque es el trabajo lo que ha devenido
en patología, para restaurar los espacios personales que han sido ocupados por
la hiperproducción. Por ello, no se trata tanto de abogar por algo positivo y
destinado al acúmulo de algo más, como suele proponerse desde ciertas
corrientes de la psicología, de pseudomovimientos new age o neomodas
empresariales que abogan por formarse sin descanso, mejorar, avanzar, superarse.
No, eso no funciona, ya que la persona está realmente saturada ante esa hipercompetición
que aliena a cualquiera y le coloca siempre en la posición de aprendiz si acaso
no puede demostrar lo contrario. De hecho, la única salida viable y duradera a
ese síndrome es la negativa.
Negativa
a seguir explotándose, negativa a seguir formándose de manera compulsiva,
negativa a ser una víctima, negativa a no decir nunca que no, negativa a
trabajar sin descanso, negativa a no saber desconectar. En este problema, se
trata de reorientar lo que ya se tiene, de cambiar el repertorio de
comportamientos hacia unas prácticas más saludables en las que el tiempo de
ocio y libre estén presentes de manera reparadora. Hay que reorientarse hacia
las personas, hacia la familia, hacia los espacios de relación directa de tú a
tú.
Sólo
cuando el individuo se percate de que tiene libertad para disfrutar de su
libertad, podrá empezar a caminar en ese contexto nuevo, bajo un marco
relacional distinto en el que el trabajo ya no será un elemento de
autoexplotación, sino de autodesarrollo y de crecimiento. Para lograr esto, se
debe empezar poco a poco en la rehabilitación del comportamiento
hiperproductor, al punto de ir modificando los elementos más exagerados, hasta
así llegar a revisar todo el sistema de producción propio y los valores que lo
dinamizan. Se trata de que la persona aumente su capacidad de resistencia y
sufrimiento y de retomar determinantes esenciales en la índole del poder y del
deber ser.
Del poder ser, porque se aborda abiertamente el
contexto para la expresión de la libertad y la consciencia de la responsabilidad
propia.
Del deber ser, porque se trata de movilizar los valores
de la persona y dotar de sentido a la propia vida en un entorno que invita al
caos si uno pretende estar bien adaptado. Krishnamurti afirmaba que resulta
enfermizo tratar de estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.
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Grafiti en Avda. Ciudad de Barcelona, Madrid. 2019. |
Respecto
del comportamiento humano y su relativa libertad de albedrio, Viktor Frankl (2000)
mencionaba el hecho de que toda decisión obvia, espontánea y en este sentido
inconsciente, constituye el ultimo eslabón de toda cadena de decisiones donde
la primera decisión, la originaria, la opción primordial, fue más o menos
consciente. Pero esta decisión primordial arrastra consigo otras muchas
pos-decisiones, cada vez menos conscientes. Las decisiones son cada vez menos
premeditadas, pero siguen siendo decisiones voluntarias, decisiones libres.
(p. 251)
Por
ello, el foco debe ponerse en el individuo ya que, no lo olvidemos, es la base
de lo social y por ello, el último bastión antes de la locura colectiva.
Aitor
Jaén Sánchez
Psicólogo
Colegiado M-24316
REFERENCIAS
- Frankl, Viktor (2000). El hombre doliente.
Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona: Herder. 4a ed. (2000)
- Han, Byung-Chul (2012) La sociedad del
cansancio. Barcelona: Herder.
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