viernes, 29 de noviembre de 2019

EL SÍNDROME DE AUTOEXPLOTACIÓN COMO REFLEJO DE UNA PATOLOGÍA SOCIAL


El siglo XXI es una etapa tecnológica, con gran abundancia de medios técnicos y una cierta disgregación de lo humano hacia lo sociotécnico. Las patologías psicosociales derivan en parte de la tendencia social a deslocalizar las relaciones hacia una nube, permitiendo el afloramiento de reacciones derivadas de la hiperproducción, pues la conexión es 24/7.

En ese contexto el individuo, desconectado en parte de las relaciones más directas, puede ver difuminados los límites del rendimiento saludable y entrar en dinámicas de autoexigencia que le pueden llevar a la autoexplotación. Esto es un problema grave en la esfera social, y es un problema de índole identitaria, ya que el individuo requiere de lo social para la construcción de su identidad y para dotar de sentido a su mundo.

Conectarse a la nube es integrarse en un global despersonalizado que altera las relaciones de identidad con los demás y con los propios actos. En ese contexto es el acto de trabajar lo que ayuda a definir los criterios identitarios y, por ello, es la pieza que puede suponer inicio del trastorno de hiperproducción cuando los límites entre el propio individuo y su contexto se ven reducidos a una mera frontera subjetiva, que además va expandiendo sus límites.

Es un serio problema porque, en la medida que esa identidad se refuerza a través de la actividad productiva, la persona verá invadida de forma casi tan imperceptible como progresiva sus otras áreas de identidad. Y será al resentirse el individuo como globalidad cuando debuten los primeros elementos del síndrome de autoexplotación. Pero, paradójicamente, este debut de la patología no será considerado un problema a nivel del contexto social, sino a nivel del individuo que, incapaz de producir o adaptarse, debe ser retirado del sistema productivo hasta en tanto en cuanto no esté en condiciones de retomar su capacidad de trabajo.

Se ha producido un fallo en los mecanismos de resiliencia, ya que se acepta sin apenas resistencia o crítica el exceso de actividad, que se ha mimetizado bajo la forma de “más y mejor” identidad, obviando así de manera flagrante el fallo ocasionado en los mecanismos psicológicos de resistencia que, a modo de sistema inmunitario mental, deberían haber actuado antes para repeler la negatividad de lo extraño y excesivo (Byung-Chul Han, 2012)

Se ha perdido la perspectiva de la reacción ante lo negativo, apareciendo incluso un síndrome de hiperpositividad, en el que todo se acepta y se integra en el yo. Este problema galopa a paso rápido hacia un colapso importante, pues el exceso de positividad agota rápidamente al individuo que, además, valora la situación como un reflejo de su propia incapacidad y no tanto como un problema global del que sólo es una manifestación. Se confunde así el síntoma con el agente patógeno y, como consecuencia de la índole positiva de la que deriva, no se produce una oposición ni una reacción defensiva. Tal es su insidiosidad a la hora de afectar al individuo.
Dibujo sobre escaparate en Madrid, del artista Gonzalo Borondo (https://gonzaloborondo.com/)
Como propone Byung-Chul Han (2012), en esta nueva perspectiva social no se aplican grandes maniobras de disciplina o reproche a nivel global. Por mucho que se quiera hacer creer que la sociedad actual es más autoritaria que anteriores épocas, lo cierto es que la libertad de la que gozan los ciudadanos, al menos en contextos de países desarrollados, es la más amplia de la que podría observarse en toda la historia de la especie humana. Y es precisamente en esa libertad donde aparecen las cuestiones patológicas cuando, por ese mecanismo ya explicado, son los propios individuos los que se autoexplotan al convertirse en sujetos de rendimiento.

La negatividad represiva de las sociedades disciplinarias pasadas generaba locos, criminales y disidentes. La actual sociedad de rendimiento, en su constante pugna por el consumo, la producción, la sobreinformación, el constante refuerzo de la identidad a través de la producción y el continuo escrutinio de las redes sociales llega a generar un agotamiento en el sujeto que, si no encuentra vía de canalizarlo, acabará creando una situación que conllevará la aparición de un depresivo y/o un fracasado. Y esto deviene de un proceso en el que la persona va siendo progresivamente incapaz de cumplir las cada vez mayores exigencias y complejidades de la producción, hasta el punto de que el normal cansancio no va aparejado a la necesaria pausa para recobrar fuerzas, sino que se ve seguida de mayor esfuerzo y afán, al estar marcado negativamente el descanso como abandono o renuncia. Tal es el grado de patologización de lo natural.

Este esfuerzo adicional se puede mantener durante un tiempo determinado, pero no de forma permanente, por lo que la persona acabará agotándose y confirmando su incapacidad de cumplir con los objetivos y expectativas que, analizados psicológicamente, son objetivos y expectativas que la propia persona ha tomado como referencia. Es por ello que el sistema queda a salvo de la crítica y la necesaria revisión con intención de modificación. El sistema queda indemne y sale reforzado, pues rápidamente se encuentra en el mercado a otro productor dispuesto a sacrificarse por el rendimiento.

"El beso de la muerte", cementerio de Poblenou, Barcelona (Tomada de: https://barcelonasecreta.com/el-beso-de-la-muerte/)
El problema es grave. Y sólo con un abordaje profundo y que vaya al núcleo radical del mismo podrá reconducirse la situación antes de que arrastre a un número tal de individuos que pueda colapsar el sistema asistencial.

La pauta es trabajar, valga la redundancia porque es el trabajo lo que ha devenido en patología, para restaurar los espacios personales que han sido ocupados por la hiperproducción. Por ello, no se trata tanto de abogar por algo positivo y destinado al acúmulo de algo más, como suele proponerse desde ciertas corrientes de la psicología, de pseudomovimientos new age o neomodas empresariales que abogan por formarse sin descanso, mejorar, avanzar, superarse. No, eso no funciona, ya que la persona está realmente saturada ante esa hipercompetición que aliena a cualquiera y le coloca siempre en la posición de aprendiz si acaso no puede demostrar lo contrario. De hecho, la única salida viable y duradera a ese síndrome es la negativa.

Negativa a seguir explotándose, negativa a seguir formándose de manera compulsiva, negativa a ser una víctima, negativa a no decir nunca que no, negativa a trabajar sin descanso, negativa a no saber desconectar. En este problema, se trata de reorientar lo que ya se tiene, de cambiar el repertorio de comportamientos hacia unas prácticas más saludables en las que el tiempo de ocio y libre estén presentes de manera reparadora. Hay que reorientarse hacia las personas, hacia la familia, hacia los espacios de relación directa de tú a tú.

Sólo cuando el individuo se percate de que tiene libertad para disfrutar de su libertad, podrá empezar a caminar en ese contexto nuevo, bajo un marco relacional distinto en el que el trabajo ya no será un elemento de autoexplotación, sino de autodesarrollo y de crecimiento. Para lograr esto, se debe empezar poco a poco en la rehabilitación del comportamiento hiperproductor, al punto de ir modificando los elementos más exagerados, hasta así llegar a revisar todo el sistema de producción propio y los valores que lo dinamizan. Se trata de que la persona aumente su capacidad de resistencia y sufrimiento y de retomar determinantes esenciales en la índole del poder y del deber ser. 

Del poder ser, porque se aborda abiertamente el contexto para la expresión de la libertad y la consciencia de la responsabilidad propia. 

Del deber ser, porque se trata de movilizar los valores de la persona y dotar de sentido a la propia vida en un entorno que invita al caos si uno pretende estar bien adaptado. Krishnamurti afirmaba que resulta enfermizo tratar de estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.
Grafiti en Avda. Ciudad de Barcelona, Madrid. 2019.
Respecto del comportamiento humano y su relativa libertad de albedrio, Viktor Frankl (2000) mencionaba el hecho de que toda decisión obvia, espontánea y en este sentido inconsciente, constituye el ultimo eslabón de toda cadena de decisiones donde la primera decisión, la originaria, la opción primordial, fue más o menos consciente. Pero esta decisión primordial arrastra consigo otras muchas pos-decisiones, cada vez menos conscientes. Las decisiones son cada vez menos premeditadas, pero siguen siendo decisiones voluntarias, decisiones libres. (p. 251)

Por ello, el foco debe ponerse en el individuo ya que, no lo olvidemos, es la base de lo social y por ello, el último bastión antes de la locura colectiva.

Aitor Jaén Sánchez
Psicólogo Colegiado M-24316


REFERENCIAS

- Frankl, Viktor (2000). El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona: Herder. 4a ed. (2000)

- Han, Byung-Chul (2012) La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.

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