El
siglo XXI es una etapa tecnológica, con gran abundancia de medios técnicos y
una cierta disgregación de lo humano hacia lo sociotécnico. Las
patologías psicosociales derivan en parte de la tendencia social a deslocalizar
las relaciones hacia una nube, permitiendo el afloramiento de reacciones
derivadas de la hiperproducción, pues la conexión es 24/7.
En
ese contexto el individuo, desconectado en parte de las relaciones más
directas, puede ver difuminados los límites del rendimiento saludable y entrar
en dinámicas de autoexigencia que le pueden llevar a la autoexplotación. Esto
es un problema grave en la esfera social, y es un problema de índole
identitaria, ya que el individuo requiere de lo social para la construcción de
su identidad y para dotar de sentido a su mundo.